Saturday, November 22, 2014

Unos últimos instantes


credito de foto : Sosij


Me di cuenta de que estaba despierto al abrir los ojos y descubrirme sentado en la cama con el peso de mi cuerpo descansando sobre las manos, hundidas en el colchón que tan bien conociste. Todavía retumbaban en las paredes los ecos de mi grito, ese sonido que sólo tu recuerdo es capaz de arrancar a mi garganta y que, en extraña consonancia con mi despertador, me devolvió la consciencia. Sequé de las sienes la humedad fría que deja el dolor con la parte más blanca de mi antebrazo; me recordé a mí mismo que no acababa de ocurrir, que sólo me habías vuelto a dejar en sueños; puse los pies en el suelo, vestí el pantalón del pijama y me levanté para ir a la cocina, loco por encontrar un poco de aire. Eran las cinco de la madrugada.

En el pasillo, me topé con tu foto… aquélla que te había sacado en nuestras primeras caminatas juntos… y mi cuerpo empezó a zozobrar. Mientras chocaba contra una y otra pared, me dije que ya estaba bien; ya no eras el dueño de mi vida… no era justo que siguieses teniendo aquel efecto sobre mí. Me di la vuelta, volví sobre mis pasos y arranqué tu rostro del gotelé para partirlo en el suelo. Las astillas del marco flotaron por todo el piso. Incontables minúsculos pedazos del cristal que hasta aquel momento te separaba de mí se clavaron en mis pies descalzos, haciéndolos sangrar. No sentí nada... como las últimas veces que habíamos hecho el amor. Retomé mi camino.

Di a la llave de la luz; entré en la cocina y fui directo hacia la ventana, necesitado del aire fresco que entraba por ella. Se me puso la piel de gallina y sentí que estaba bien, pero… tras encender la cafetera y mientras me dirigía hacia las naranjas... el sueño... tu recuerdo... volvió a asediarme. Lo permití. Pensé que, pese a todo, merecías que mi cabeza te regalase unos pocos minutos: los últimos instantes que mi mente dedicaría a ti. Y me recreé en ello.

Te lloré con el mismo sentimiento de aquel día. Las lágrimas se mezclaron con el jugo que exudaban las frutas estrelladas contra el exprimidor que me habías regalado pensando en ti y en tu vida sana, no en la mía entregada a ti. Me lo bebí todo: zumo y tristeza, y consentí que mi corazón se deshiciese otra vez mientras yo buscaba el pan y la mantequilla.

Abrí el cajón de los cubiertos para coger un cuchillo y, a la vez que un ruido familiar de motor se colaba por la ventana, descubrí gotas de tu sangre en su filo. Mi mirada se detuvo unos instantes sobre el reloj para dirigirse veloz hacia la calle y, luego, hacia la enorme bolsa negra que atrancaba mi puerta; corrí a asomarme: “Mierda, el camión de la basura”. Era tarde. Entonces, me di cuenta de que tendría que esperar a la noche siguiente para dar todo por acabado... y sólo deseé que tu carne muerta no exhalase el mismo hedor que tu recuerdo.

Lamí el hierro que acabaría de preparar mi desayuno para borrarte de él, encendí un pitillo y, mientras me hacía una tostada, me senté a esperar a que la cafetera silbase. El noticiero daba buen tiempo para el día siguiente

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