Thursday, August 20, 2009

POST-con carne


Son ya casi tres meses sin publicar nada nuevo. La más grande ausencia mía en este espacio que me había creado para poner mis descargas en forma de cuentos, pensamientos, críticas, diario, recomendaciones, opiniones, etc.

He perdido un poco las ganas, no de escribir, pero sí de mantener "actualizado" el espacio. Además quiero sumarme al cambio de costumbres de manejo del tiempo y de contenidos que implica facebook. Veo que empieza a ser el nodo desde donde se transmite casi todo tipo de información (no hay pornografía), o al menos funciona muy bien como sitio de encuentro neutro y aséptico para partir hacia lugares menos cómodos, más oscuros.


Por ahora dejo un fragmento de algo que se está cocinando en mi cabeza y que quiere ser más largo que un cuento.

En la calle Lacroze hay una tienda de juguetes, se llama el apio feliz, y tiene por imagen corporativa un apio con cara que ríe. Los apios no tienen cara, no tienen boca, y me atrevería a decir que no ríen, al menos no como nosotros reímos. Ese apio sí lo hace, pero no es un apio, es un dibujo, un arquetipo de apio dirían los que hablan de símbolos. Un apio que sin ser un apio nos habla de todos los apios. Me gusta la palabra, apio, la repito en mi mente, apio, el apio que ríe, el apio feliz ¿si no riera no sería feliz?

En la calle Lacroze está esa juguetería, y cuando paso veo sus juguetes en el exhibidor. Es un exhibidor de ficciones, de hombres que no son hombres, de autos fantásticos que no son autos fantásticos, de niños en miniatura que no son niños en miniatura, de osos que no son osos. Uno de esos juegos me llama poderosamente la atención, LEGO se llama, siempre quise uno pero eran caros. mi mamá no me compraba juguetes tan caros, no teníamos tanta plata. Igual no fui un niño caprichoso, si me compraban algo jugaba con eso, si no me compraban nada, me inventaba juguetes; los zapatos de mi padre eran autos, los cinturones avenidas, las medias enroscadas personas, y así cada cosa tenía un equivalente con eso que llamamos realidad.

Cuando paso por esa juguetería pienso en un posible niño, en una posible mamá. Un niño que dice que quiere un Lego, una mamá que se lo compra, un niño que dice que es su Lego, una mamá que lo corrige: No es tu Lego, nada es de nadie, todo pertenece al universo, ni siquiera tu cuerpo es tuyo, pues también pertenece al universo, entiendes? No, no entiendo, dice el niño, este Lego es mío, los niños en la escuela tienen juguetes y dicen que son de ellos, por qué este no habría de ser mío. La madre lo mira, se enternece, pero no baja la guardia, no es tuyo, ¿cuando mueras qué crees que va a pasar con ese juguete? ¿va a seguir siendo tuyo? Silencio. Mala mamá, eres mala, como decirle eso a un chico, hablarle de su muerte. Puede una mamá pensar en la muerte de su hijo sin siquiera sentir una incomodidad, es más, puede hablarle a su hijo de la muerte, comprarle un Lego y después hablarle de la muerte ¿qué clase de mamá haría eso?

Cuando el niño les dice a sus compañeros que sus juguetes no son de ellos casi le pegan. Si, es mío, esto es mío, me lo compró mi papá y ya no te lo presto. Bueno, dice el niño, si te mato en este momento de quien sería tu estúpido balón. Para esas preguntas no hay respuestas, hay llanto y desasosiego, que palabra más fea. También hay golpes, cuando los niños se cansan de intentar imponer lo que saben pegan, cuando no tienen razones hay puños, patadas, la ignorancia es violencia, pero hay cosas que nadie sabe, que nadie puede saber, deberíamos entonces pegarnos hasta morir para que las cosas vuelvan a ser y dejen de ser arquetipos de las cosas, un juguete es un juguete, un pedazo de plástico, es basura. Una muñeca es una muñeca, un pedazo de plástico, una pésima imitación de la realidad, un niño sin sexo, que no caga ni orina, basura, basura sin sangre, sin huesos, sin carne. A las niñas les gusta esa basura, a los niños les gusta también la basura, y dicen que es de ellos, mi mamá dice que son tontos, que solo yo no soy tonto, porque sé que nada es de nadie. Pero no le creo a mi mamá, a veces me hace sentir mal, a veces quisiera que estuviera muerta, pero después me arrepiento y lloro, y no quiero que se vaya, y no quiero que me deje solo, prefiero que me diga esas cosas malas que dice, y que me mire con sus ojos grandes y me toque la punta de la nariz con sus dedos fríos, y me diga que soy hermoso, que soy su cosita hermosa, y yo le digo que no soy de ella, que no soy de nadie, y así ella sonríe, porque le gusta que yo aprenda y en esa verdad desnuda hay algo que la estremece. Incluso a mí, que la digo con esa naturalidad que con ella dice esas verdades desnudas me estremece, pero juego a no ser débil, y recibo los golpes con risa. Me gusta que la realidad sea violenta, le da sentido a la vida. Si la muerte es paz la vida debe ser lo contrario.

La estación de olleros me lleva a los subsuelos, al calor del vaho humano. En el subte van todos deseosos, si pudieran se pondrían a coger en los vagones. Lo sé porque los he visto, puedo sentir que me desean, pueden sentir que los deseo, pero nadie hace nada, predomina la formalidad. Los niños no saben de eso, por eso golpean sin remordimiento, por eso son crueles, es su naturaleza. Y vuelve el niño y su madre. Quienes son, me pregunto. Seré yo y mi madre, no creo, son arquetipos, son mis arquetipos literarios, pero son posibles, tan solo tengo que creer en mis personajes para que cobren vida y empiecen a tener rasgos. Ella es delgada pero de ninguna manera débil. Ríe con ganas. El es menudo y torpe, pero tiene la fuerza de su madre. Es gente con actitud. Si subieran a este subte sin duda se harían notar, ella hablaría fuerte sin darse cuenta, él sería inoportuno y todos reiríamos con sus preguntas incómodas, a las cuales ella respondería con desparpajo, mirando de manera sinuosa a todos los habitantes momentáneos y escurridizos del vagón. Al bajar dejarían en todos la impresión indeleble de haber vivido un momento autentico, como espectadores, pero autentico, cercano al arte. Nuestras vidas no cambiarían, no de manera manifiesta, pero todos volveríamos en nuestra mente a ellos dos, a su belleza, no sabríamos por qué pero se instalarían como un mal pensamiento en nuestros días comunes, en nuestras vidas comunes, en nuestro aburrimiento común, y serían eso que no somos capaces de ser.